lunes, 31 de agosto de 2015

El Toro de Lidia


     El toro de lidia, también denominado toro bravo, designa a los especímenes macho de una heterogénea población bovina desarrollada, seleccionada, y criada para su empleo en diferentes espectáculos taurinos, como las corridas o los encierros. Proceden de las razas autóctonas de la península ibérica, conocidas como «tronco ibérico», que desde tiempo inmemorial propiciaron las formas más primitivas de tauromaquia. Se caracteriza por unos instintos atávicos de defensa y temperamentales, que se sintetizan en la llamada "bravura", así como atributos físicos tales como unos cuernos grandes hacia delante y un potente aparato locomotor.


     Uno de los aspectos de la historia del toro de lidia que más se presenta a discusión es la determinación sobre la aparición de la crianza del mismo con fines de lidia, seleccionando ejemplares y razas, con fines comerciales, o destinados a los espectáculos taurinos de toda índole. No parece que existiera una selección especial durante la Edad Media, en la que sin embargo, los toros, como otros animales salvajes, eran mantenidos en cautividad y protegidos por los señores feudales para propósitos de cría o de caza.

     En tiempos de los Reyes Católicos ya se empezaron a conocer, así que los primeros indicios de selección del toro bravo apuntan a los siglos XV y XVI en la provincia de Valladolid, donde la proximidad a la Corte, aún itinerante en esta época, hizo que se criara en amplios terrenos una vacada que pudo sentar las bases del toro de lidia actual. Desde los términos de Boecillo, La Pedraja de Portillo y Aldeamayor de San Martín, partían los toros para las fiestas de los pueblos, de la Corte o para las eclesiásticas[cita requerida]. El nombre de esta pretendida ganadería primigenia fue Raso de Portillo, y fue conocida hasta finales del siglo XIX. Existe la creencia de que estos toros fueron los primeros empleados en festejos reales.

     Paralelamente comenzaron a desarrollarse ganaderías en otros lugares de España. Andalucía se puso a la cabeza en la cría de toros, si bien también tuvieron su importancia los que se criaron a orillas del Jarama, los llamados Jijones de Villarrubia de los Ojos, los navarros y los aragoneses. Fue en la segunda mitad del siglo XVII cuando las vacadas de toros bravos empezaron a organizarse, aunque todavía sin fines claramente comerciales. Tuvo que pasar un siglo más para que el espectáculo taurino cobrara auge y aparecieran las ganaderías orientadas claramente a los espectáculos taurinos ya con fines comerciales.

     Así pues, el toro actual puede considerarse el resultado del trabajo de selección efectuado desde principios del siglo XVIII mediante la prueba de la tienta a fin de elegir para su reproducción ejemplares en los que concurrieran determinadas características, aquellas que permitieran el ejercicio de la lidia; es decir, la sucesión de suertes que se ejecutan en las corridas de toros desde que el toro sale al ruedo hasta que, una vez que el diestro le ha dado muerte, es arrastrado por las mulillas. 


     Estas características han variado tanto a lo largo de los siglos como el toreo mismo, manteniéndose como sostén del mismo un único denominador común: la bravura del toro. Nacieron entonces, ya en la segunda mitad del siglo XVIII, las que se consideran las castas fundacionales de las que parten los encastes actuales: Morucha Castellana (Boecillo), Navarra, Toros la Tierra y Jijona (Madrid y la Mancha), Cabrera y Gallardo (El Puerto de Santa María), Vazqueña, Vega-Villar (Utrera) y Vistahermosa, si bien en la actualidad el 90% de las divisas existentes proceden todas de esta última.

LA CASTA
     La casta corresponde al genotipo del toro, es decir, a la constitución orgánica, la estructura y la funcionalidad de cada animal y comprende todos los factores hereditarios de sus ascendientes. Se dice que un toro tiene casta cuando posee o demuestra procedencia brava reconocida. Se dice de un torero que tiene casta cuando destaca por su pundonor profesional y se enfrenta con resolución a las dificultades que plantean los animales y a los intentos de superación de sus compañeros de terna. Las labores de cruce y selección de los ganaderos del siglo XVIII permitieron establecer un reducido número de castas bravas de características definidas, que son las denominadas castas fundacionales.

     Todas las ganaderías de ganado bravo de Europa y América tienen su raíz en las conocidas como castas fundacionales.

     Lógicamente se ha producido una evolución en esta especie: algunas de las castas se han extinguido con el pasar del tiempo, esencialmente por sus características físicas, y han dado paso a que la crianza de otras se generalice

     Cinco son las castas fundamentales, coinciden la mayoría de investigadores, en las cuales tienen su raíz todas las demás


     Casta navarra: La procedencia de estas reses, que en siglo pasado gozaron de un merecidísimo prestigio, se pierde en la más remota antigüedad, aunque parece claro que provenía de las distintas vacadas que pastaban en las montañas de Navarra. De todas las vacadas navarras, ninguna llegó a igualar a la del banquero D. Nazario Carriquiri. Eran toros de pequeño tamaño, colorados, ágiles, duros como rocas y de una bravura indomable. Tienen la cabeza pequeña, son chatos, tienen los ojos grandes y saltones, cuello corto y ancho y cuerpo pequeño. En la actualidad existe un numero muy reducido de vacas de esta casta.


     Casta jijona: Dicen los historiadores que en La Mancha, en los agrestes Montes de Toledo, pastaban manadas de ganado vacuno en estado salvaje, y que al comienzo del siglo XVII, D. Juan Sánchez Jijón trasladó muchas de estas reses a Villarubia de Ojos, de donde era vecino, y que mediante una esmerada selección consiguió hacer una ganadería brava, la que llegó a gozar de gran renombre. Eran toros de gran tamaño y astas muy desarrolladas, pero su principal característica era el pelo colorado encendido, por lo que a los toros de esta pinta se les denomina jijones. Fue muy famosa esta casta hasta finales del siglo XIX, en que empezó a declinar debido a sus numerosos cruces.


     Casta cabrera: Se ignora de donde procedían estos toros, aunque distintas fuentes apuntan a los campos de Tarifa. Los toros de Cabrera eran de gran alzada, largos, agalgados y por lo tanto de mucho peso; con defensas desarrolladas, ágiles en la lidia y de mucha bravura. El fundador de la vacada de estas reses cabrereñas fue D. Luis Antonio Cabrera, en Utrera (Sevilla) hacia el año 1730. En 1850 D. Juan Miura adquirió un gran número de vacas y machos cabrereños. Es por esto que donde hoy se conserva con más pureza la Casta Cabrera es en la ganadería de Miura, donde siguen predominando los toros agalgados, de cuello largo y flexible, y gran alzada.


     Casta vazqueña: Con reses de procedencia desconocida, fundó esta casta allá por 1750, D. Gregorio Vázquez, en Utrera (Sevilla). Años después se agregaron reses de Cabrera, que le proporcionaron tamaño y peso. A la muerte de D. Gregorio, su hijo se da cuenta que a su ganadería le faltan las características que debe tener un toro de lidia: bravura y nobleza. Tras numerosas odiseas, decide mezclar su ganadería con la del Conde de Vistahermosa, ganadería de reciente creación pero poseedora de las características que le faltaban a la suya. El señor Vázquez logró que el Conde de Vistahermosa le entregase vacas y machos, que proporcionaron el fruto apetecido. Así, la Vazqueña, junto con la Cabrera y Vistahermosa formaron el trío de castas que acapararon la atención del público. Los pelos y tipos de la vacada son variados, debido a la cantidad de sangres que participaron en su formación. En general son toros anchos, de muy bonitas hechuras y muy bien encornados. En 1830, a la muerte de D. Vicente José Vázquez, la ganadería se disgrega, adquiriendo el rey Fernando VII la parte más numerosa, que trasladó desde Utrera (Sevilla) hasta Aranjuez (Madrid). Al fallecer el rey en 1833, la real vacada es cedida al Duque de Veragua, quien efectuó cruces con toros jijones. El resto de la ganadería de Vázquez fue adquirida por otros ganaderos y dieron lugar a varias de gran renombre.


     Casta vistahermosa: Fundada por el Conde de Vistahermosa, quien compró a unos ricos labradores de Dos Hermanas (Sevilla) en 1772 el ganado que poseían. Es la casta que mayores y mejores resultados ha dado. De ella proceden la casi totalidad de las ganaderías de toros bravos actuales, con las que se han llegado a formar distintas estirpes (cosa que no ha pasado con ninguna otra) como son las de Murube, Saltillo, Parladé y Santa Coloma, que si bien proceden de la misma rama son morfológicamente diferentes entre sí. Estos toros daban excelentes resultados en todos los tercios de la lidia. Finos de hechuras, de buena y proporcionada cornamenta, bravísimos, ligeros y de gran nobleza. En 1821 esta ganadería fue vendida en cinco lotes.

EL TRAPÍO
     El trapío de un toro de lidia es el conjunto de rasgos externos, actitudes y reacciones observables a simple vista. Existe un riquísimo vocabulario taurino para designar los diferentes aspectos de la morfología y comportamiento del toro. Se dice que un toro tiene trapío cuando reúne las cualidades físicas y la presencia necesaria para la lidia. Según Pedraza Jiménez, los principales rasgos morfológicos para determinar el trapío de un toro son:

Tamaño y peso.
Estatura.
Conformación del tronco.
Conformación de las extremidades.
Conformación de la cabeza y el cuello.
Conformación de la cornamenta.
Piel, pelo y capa.

TIPOS, HECHURAS, CAPAS Y PINTAS
     Los toros bravos se clasifican de acuerdo a constantes muy diferentes y a baremos que afectan a muchas de sus características zootécnicas, que han dado origen a una riquísima nomenclatura creada, a lo largo de los siglos, por los vaqueros y mayorales de las ganaderías.

     Así por su tamaño, por su estampa, por la forma y disposición de la cabeza y la cuerna o por la disposición y tamaño de la cola. Asimismo se reconocen distintos pelos denominados capas o pintas que nombran los pelajes simples o mixtos, así como las particularidades en la cabeza, los ojos y las extremidades.

     La apreciación del tamaño del toro, y no de su trapío, es algo relativo y subjetivo porque depende de muchos factores y no se puede medir como en otro animal cualquiera.

     Antes de comentar algunos de los factores que intervienen en la apreciación del tamaño, es preciso decir que es ciertamente difícil preparar una corrida para que los espectadores y aficionados no pongan reparos a su presentación. Es muy difícil preparar una corrida pareja, igualada, porque el toro en el campo tiene muchas vistas, muchas actitudes que dependen de los factores anunciados y que a continuación vamos a analizar.

El toro en el campo

  
     1.- El pelo. Los pelos, las capas negras hacen que los toros parezcan más pequeños porque no rompen su silueta contra la luz del sol. En cambio, las capas claras hacen que los toros parezcan mayores de lo que son por el efecto óptico al difuminarse su color con la luz del sol.

     2.- La gordura. Los toros gordos parecen más grandes porque, inconscientemente, las personas que los ven confunden la gordura con el tamaño.

     3.- La cara. Este factor es el que más confunde, el que más interesa y más se relaciona. Cuando un toro infunde respeto, da la impresión de estar más cuajado, más hecho, de ser más toro y en definitiva de ser más grande. El respeto de un toro está en función y deriva de tres factores: la forma de la cara, su expresión y la encornadura. Los que más aparentan son los de cara corta y ancha, de forma triangular y acarnerada, con el hocico remetido hacia adentro. Infunden menos respeto los de cara larga y estrecha. La expresión la da la mirada, que puede ser agresiva, dulce, apacible. Cuando la mirada es seria hace aparentar más edad. La encornadura tiene una importancia excepcional y no hay mejor adorno para el toro que una buena cabeza. Aunque el toro sea bonito, si la encornadura es fea, el conjunto se desgracia y afea completamente. Aparentan más los veletos, cornivueltos, apretados arriba o los brochos. Y aparentan menos los muy abiertos, los gachos y los bizcos. Los toros delgados, o muy delgados, aparentan más cuerna. Y aparentan más cuanto más delgados son; en cambio los gordos aparentan al revés, y por supuesto los cornicortos.

     4.- Las hechuras. Están relacionadas con la gordura y con el tamaño; o sea, con la conformación muscular y con la localización de las adiposidades. Llena más el ojo el toro aleonado, aunque sea almendrado, o "culipollo".

     5.- La longitud de las extremidades. Es un carácter interesantísimo para calificar el tamaño de un toro; hay que fijarse muy bien si un toro es pequeño porque efectivamente lo es, o porque lo parece al ser más bajo de agujas. Aquí están los murubes y santacolomas. El tipo y la finura suelen corresponder a toros terciados, o que son francamente pequeños, pero esto no es raro porque significa una depuración de la especie.

     6.- El temperamento. También influye en la apreciación del tamaño, generalmente para confundir, porque no es igual el toro que se alegra, que se estira, que se engalla, que amaga, que ese otro que está tranquilo, que anda despacioso, que no hace caso, que anda encogido. El primero parecerá siempre más toro que el segundo.

     Todo esto referido al toro en el campo y aún hay que decir que el ganadero también tiene sus trucos para que los toros abulten más, como es el colocarlos en un lugar más alto, en un lugar despejado, sin hierba alta, sin ningún objeto que sirva de referencia. También prefieren enseñarlos cuando están bien comidos, después de beber, cuando les da el sol de lleno y como cada maestrillo tiene su librillo, pues además de lo dicho cada ganadero tiene su cartilla, sus maneras, sus formas.

El toro en los corrales


     También influye el pelo, el tipo, el respeto, las hechuras, la alegría, la gordura...

     Aquí influyen las circunstancias del lugar, porque en los corrales los toros aparentan mucho menos que en el campo. Y esto ocurre porque como en los corrales se ven con mucha más comodidad que en el campo, pues parecen una manada de burros. Además en los corrales han perdido la prestancia que tienen en el campo, porque se le ve encogidos, acobardados, y además de esto el viaje les influye muchísimo y los estropea a pesar, o quizá por eso mismo, de los tranquilizantes.

     En los corrales se aprecia muy bien si la corrida está igualada porque es fácil entrever cuáles son los más grandes, pero siempre dentro de la dificultad que entraña calificar a un toro de grande o pequeño.

El toro en el ruedo

    

     También influyen, y mucho, la capa, el tipo, las hechuras, la seriedad, la encornadura y el ser más o menos zancudo.

     En la plaza también se producen cambios en la estimación del tamaño del toro, porque no es lo mismo la estimación que hacemos a su salida que la estimación que hacemos más adelante en el transcurso de la lidia.

     Aunque no lo queramos reconocer, es así de cierto: hay varias estimaciones y sobre todo al barbear las tablas se nos hace más pequeño. Y es que, efectivamente, el toro se nos va achicando a lo largo de la lidia porque va humillando y perdiendo prestancia, pero no tamaño.

     Todas estas apreciaciones se olvidan y se absuelve al toro de escasa presencia si es bravo y se mueve. Y además es lógico que así sea, porque en la bravura se apoya la razón de ser de la Fiesta, aunque para que la bravura se manifieste en toda su intensidad debe ir soportada por el poder, que es lo primero que debemos exigir al toro, y que es la característica por la cual el toro resiste la lucha hasta el final y que se adquiere con la edad, con la alimentación y con la gimnástica funcional.

1 comentario:

  1. hola buenos días, mi nombre es Mauricio Pérez soy de la unidad de tv de la corporación universitaria Minuto de Dios la presente es para solicitar de su ayuda con apoyos audiovisuales para un documental que estamos realizando sobre toros de lidia desde una mirada científica. Agradezco nos puedan ayudar

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