El filósofo francés Francis Wolff nos ofrece en una de sus obras más recientes 50 razones para defender las corridas de toros, presentando de manera lógica y científica argumentos que desmontan toda esa serie de mitos y criterios falsos que los antitaurinos han venido difundiendo reiteradamente con el fin de ganar adeptos a la causa y pretender hacer ver la Tauromaquia como una actividad abominable y por demás despreciable desde el punto de vista moral.
Aquí compartiremos con ustedes esta obra en diversas entregas...
"Desde hace algunos años ha comenzado una nueva batalla contra la fiesta de los toros. Diversos tipos de prohibiciones han sido propuestos; han intentando por un lado restringir el acceso de los menores, como en Francia o en el País Vasco, y por otro prohibir directamente las corridas de toros, como en Cataluña. La restricción, por el momento, ha perdido, la prohibición podría ganar un día de éstos. Esta brusca movilización antitaurina ha tenido como consecuencia, en Francia, la creación de una organización que aglutina a todas las asociaciones (de aficionados, de profesionales y también de políticos) implicadas en la defensa de las corridas de toros, denominada el “Observatorio Nacional de las Culturas Taurinas”, cuya misión es la vigilancia permanente sobre las iniciativas antitaurinas: se ha convertido en el único interlocutor legítimo ante los poderes públicos para tratar de estas cuestiones.
En Cataluña existe la Plataforma para la Promoción y Difusión de la Fiesta, que desarrolla un trabajo análogo pero en situación de urgencia, dadas las amenazas inmediatas que se ciernen sobre las corridas de toros en esa comunidad. Y la Mesa del Toro, formada inicialmente sobre todo por profesionales, es la que toma iniciativas similares en todo el estado español, e incluso en la Comunidad Europea. Esta pequeña obra, que no tiene ningún afán comercial ni literario, nace con el propósito de contribuir al esfuerzo explicativo en defensa de las corridas de toros, que las mencionadas organizaciones llevan a cabo.
El único objetivo es ofrecer un resumen de los principales argumentos a favor del mantenimiento de las corridas de toros en las zonas donde están tradicionalmente implantadas. Muchos de los argumentos figuraban ya, de una u otra forma, en mi Filosofía de las corridas de toros, Bellaterra, 2008, donde proponía desvelar el sentido y los valores éticos y estéticos de la tauromaquia. Este libro fue escrito en un época en la que las campañas abolicionistas no habían comenzado abiertamente y, por tanto, no tenía el objetivo apologético que algunos le han querido ver. Los argumentos para “defender” las corridas de toros se encontraban pues dispersos entre propuestas más fundamentales. En el transcurso de las numerosas discusiones trabadas tras la aparición del libro, quedó clara la necesidad de que esos argumentos fueran recogidos y sistematizados en una pequeña obra sintética y accesible. Y es justamente lo que hemos hecho: rescatarlos y completarlos con aportaciones surgidas del desarrollo de esas discusiones. Ésta es la única pretensión de este texto: un arma para una batalla que creemos justa. Las corridas de toros no son sólo un magnífico espectáculo. No son sólo disculpables sino que además son defendibles porque son moralmente buenas.
En las siguientes páginas, no hay ninguna explicación sobre la historia de la fiesta, el desarrollo de las corridas, la técnica y la estrategia de la lidia, las características de las diferentes ganaderías de toros, ni de las diferencias entre las escuelas taurinas y los estilos de los toreros. Todo eso se encuentra fácilmente en excelentes obras. Tampoco se encontrará aquí uno de los más potentes argumentos a favor del mantenimiento de la fiesta de los toros en los países taurinos: las razones económicas. Aunque es cierto que, en España, en el sur de Francia y en América Latina, la fiesta taurina mantiene decenas de miles de empleos directos e indirectos y constituye una importante fuente de ingresos para las administraciones estatales, regionales y locales, este argumento no vale nada si las corridas de toros fueran inmorales como, por ejemplo, lo son el tráfico de drogas o el de animales de especies protegidas. Nos situamos en el exclusivo plano de los valores. Porque pensamos que si las corridas de toros desapareciesen de las regiones del mundo donde hoy son lícitas, sería una gran pérdida tanto para la humanidad como para la animalidad.
INTRODUCCIÓN: SENSIBILIDADES
Sólo hay un argumento contra las corridas de toros y no es verdaderamente un argumento. Se llama sensibilidad. Algunos pueden no soportar ver (o incluso imaginar) a un animal herido o muriendo. Este sentimiento es perfectamente respetable. Y no cabe duda de que la mayor parte de los que se oponen a las corridas de toros son seres sensibles que sufren verdaderamente cuando imaginan al toro sufriendo. El aficionado tiene que admitirlo: mucha gente se conmueve, e incluso algunos se indignan con la idea de las corridas de toros. El sentimiento de compasión es una de las características de la humanidad y una de las fuentes de la moralidad. Pero los adversarios de las corridas de toros tienen que saber que los aficionados compartimos ese sentimiento. Sin duda, esto es algo difícil de creer por todos aquéllos que piensan sinceramente que asistir a la muerte pública de un animal (lo que es un aspecto esencial de las corridas de toros) sólo lo pueden hacer gentes crueles, sin piedad, sin corazón. Ahí radica su irritación, su arrebato, su animadversión a las corridas de toros. Es difícil de creer y sin embargo es absolutamente cierto: el aficionado no experimenta ningún placer con el sufrimiento de los animales. Ninguno soportaría hacer sufrir, o incluso ver hacer sufrir, a un gato, a un perro, a un caballo o a cualquier otra bestia. El aficionado tiene que respetar la sensibilidad de todos y no imponer sus gustos ni su propia sensibilidad. Pero el antitaurino debe admitir también, a cambio, la sinceridad del aficionado, tan humano, tan poco cruel, tan capaz de sentir piedad como él mismo. Es difícil comprender la postura del otro pero hay que reconocer que, en cierto sentido, el aficionado tiene las apariencias en contra. Por eso su posición necesita una explicación.
La sensibilidad no es un argumento y sin embargo es la razón más fuerte que se puede oponer contra las corridas de toros. El problema consiste en saber si es suficiente: ¿la sensibilidad de unos puede bastar para condenar la sensibilidad de otros? ¿Permite explicar el sentido de las corridas de toros y la razón por la que son una fuente esencial de valores humanos? ¿Puede bastar para exigir su prohibición?
El autor de estas líneas garantiza que nunca ha podido soportar el espectáculo del pez atrapado en el anzuelo del pescador de caña – lo que efectivamente es una cuestión de sensibilidad. Pero nunca se le ha pasado por la cabeza condenar la pesca con caña ni tampoco tratar al pobre pescador de “sádico” y aún menos exigir a las autoridades públicas la prohibición de su inocente ocio, que ofrece probablemente grandes placeres a los amantes de esa actividad. (Sin embargo, se “sabe” perfectamente que los peces heridos “sufren” agonizando lentamente en el cubo, e indudablemente más que el toro que pelea. Pues bien… La fiesta de los de toros suscita en los detractores más motivos de indignación y, sobre todo muchos más fantasmas insoportables, que el eventual sufrimiento objetivo del animal). Tenemos también algunas razones para pensar que la pesca deportiva con caña ni tiene el mismo arraigo antropológico ni es portadora de valores éticos y estéticos tan universales como la fiesta taurina.
Una cosa es extraer las consecuencias personales de la propia sensibilidad (por eso, yo no voy de pesca) y otra muy distinta es hacer de dicha sensibilidad un estándar absoluto y considerar sus propias convicciones como el criterio de verdad. Ésa es la definición de la intolerancia. Cada cual es libre de convertirse al vegetarianismo, o incluso a la vida “vegana”: nadie prohíbe a nadie abrazar ese modo de vida y las creencias que lo acompañan. Pero otra cosa es querer prohibir el consumo de carne y de pescado, incluso de leche, de lana, de cuero, de miel y de “todo lo que proviene de la explotación de los animales”. De igual manera una cosa es prohibirse a sí mismo ir a las plazas de toros y otra muy distinta es ¡querer prohibir el acceso a los demás!
De igual manera que el aficionado no debería hacer proselitismo o intentar exportar la fiesta de los toros fuera de sus zonas tradicionales, el antitaurino no debería hacer demostración de intolerancia intentando prohibir las corridas de toros allá donde están vivas. Por lo que en estas páginas sólo pediremos al lector, sea el que sea, dos cosas: escuchar las sensibilidades y respetar los argumentos.
Es evidente que la mayoría de la población de los países o regiones concernidas (España, Francia, Portugal y América latina) no es ni aficionada ni antitaurina. Es globalmente indiferente y estima que hay otras causas que defender antes que la de la fiesta taurina (la gente tiene generalmente otras pasiones) o la del bienestar de los toros de lidia (ya hay bastantes desgracias en la tierra). En ese sentido, los toros ocupan uno de los últimos lugares en la lista de las preocupaciones de los militantes serios de la causa animal cuando los comparan con la ganadería industrial, el tráfico internacional de animales, ciertas condiciones de transporte y de experimentación animal… Entre los pocos que conocen la fiesta, aunque sea superficialmente, muchos de ellos estiman que los (supuestos) maltratos achacables a las corridas no tienen parangón con las verdaderas urgencias y los verdaderos escándalos de la causa animal. Este no es el lugar donde establecer la lista. Incluso algunos teóricos serios de esta causa confiesan, eso sí con la boca pequeña, que las corridas de toros no son más “perjudiciales” para los toros que lo serían las carreras hípicas para los caballos. (Por los mismos motivos, ¿se prohibirían las carreras de caballos? ¿Qué quedaría entonces del último vínculo entre el hombre y el caballo?)
La desgracia es que en la actualidad prolifera una cierta moda oportunista, vagamente naturalista, vagamente compasiva, vagamente “verde”, vagamente “victimista” y sobre todo completamente ignorante tanto de la naturaleza animal como de la realidad de las corridas de toros. Esta coyuntura suscita simpatía con cualquier causa animal de manera tan espontánea como irreflexiva y por tanto despierta la antipatía inmediata contra la fiesta de los toros. Así, para un gran número de personas, ¿no es cierto que las corridas de toros son ese espectáculo bárbaro donde se matan en público pobres animalitos? Entonces, para garantizar el éxito de las campañas antitaurinas, basta con que unos cuantos militantes exaltados recurran a algunas imágenes impactantes de la televisión, a algún eslogan (“¡tortura!”) y a alguna injuria (“¡sádicos!”) simplistas.
En el fondo, lo más sorprendente es la pasión absolutamente desenfrenada que suscitan las corridas de toros y que está en total desproporción con lo que suponen. Incluso aceptando las acusaciones más graves y más falsas de sus detractores (justamente lo que intentaremos refutar en las páginas siguientes) se debería imparcialmente convenir que el pretendido mal causado a los animales (durante unos pocos minutos a unas pocas bestias que han vivido previamente de manera tranquila y libre durante cuatro años) es incomparable con las condiciones de “vida” (si es que podemos llamar a eso vida) de la mayoría de animales que se crían para el consumo humano, y que apenas suscitan alguna puntual reprobación y nunca potentes movimientos de indignación o de rechazo. (Y no hablaremos de todos los sufrimientos, aflicciones, penas, frustraciones, calamidades, carencias, privaciones, miserias, desgracias de todo género que afectan a los hombres del mundo que son moralmente de un peso infinitamente superior al del malestar animal y que provocan impotentes protestas rápidamente olvidadas).
En Francia, los periodistas radiofónicos confiesan que hay dos temas de los que no se pueden ocupar, a pesar de todas las precauciones tomadas, sin recibir miles de cartas de protesta trufadas de injurias y terribles acusaciones de “haberse vendido al lobby” adverso. Estos asuntos son las corridas de toros y el conflicto palestino-israelí… Da vergüenza este paralelismo, ¡pero las pasiones humanas son así! Muchas razones pueden explicar que los toros provoquen pasiones incontestablemente desproporcionadas en relación a la “causa animal” y sobre todo en relación a las desgracias del mundo. A continuación intentaremos detallar algunas. El objeto de las más fuertes emociones colectivas es siempre irracional. Estas emociones entroncan antes con los males espectaculares y quiméricos, siempre que impresionen la imaginación, que con las grandes desgracias reales. Esto es así tanto en la causa animal como en la causa, mucho más trascendente, de la humanidad.
Un militante honesto de la causa animal, discípulo del filósofo utilitarista Peter Singer, autor del best-seller Liberación animal, me dijo un día: “el criterio esencial del bienestar animal, el único por el que deberíamos luchar, reside en las condiciones de vida”. Y habrá que convenir que, desde este punto de vista, las corridas de toros podrían recibir una certificación de buena conducta de las asociaciones más exigentes de defensa de los animales.
Se encontrarán en las páginas siguientes tres tipos de argumentos. Primero los que responden a las acusaciones más graves que se formulan contra la fiesta de los toros (argumentos [1] a [18]). Sin embargo, aunque las corridas de toros no fueran esa práctica abominable que sus detractores imaginan o quieren hacer creer, eso no bastaría para hacer de ellas algo bueno, bello o incluso interesante. Hay que poner en evidencia sus valores (argumentos [19] a [43]). Finalmente, conviene preguntarse: las campañas animalistas contra la fiesta taurina ¿no son potencialmente peligrosas tanto para nuestro concepto de humanidad como para nuestro concepto de animalidad (argumentos [44] a [50])?"
En nuestra próxima entrega, empezaremos a disfrutar de estas 50 razones que nos ofrece el filósofo francés Francis Wolff
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